viernes, 13 de marzo de 2015

«Marca Madrid»

Goya, un gran embajador de la «Marca Madrid»

         
Hace ya algún tiempo que el Prado está supliendo la falta de financiación pública para poder organizar costosas exposiciones con una mirada a fondo a su propia colección: estudios técnicos, restauración de obras… que están dando muy buenos resultados y no pocas sorpresas.
Ya lo decía el director del museo, Miguel Zugaza«Académicamente, el Prado tiene una salud extraordinaria». Económicamente, en cambio, sigue en cuidados intensivos. La nueva exposición del Prado, inaugurada por el ministro de Educación, Cultura y Deporte, José Ignacio Wert, y que hoy abre sus puertas hasta el 3 de mayo de 2015, es un buen ejemplo de esa rigurosa labor académica llevada a cabo por sus conservadores. El objeto de investigación en este caso son los cartones para tapices de Goya. La muestra es tan solo la punta del iceberg de un proyecto mucho más ambicioso, que se enmarca en la reordenación de las colecciones del Prado: a medio y largo plazo se estudiarán y restaurarán estas obras.
Francisco de Goya (1792). Museo del Prado

Para abrir boca, una novedosa manera de ver, con nuevos ojos, los cerca de sesenta cartones para tapices que componen las siete series que Goya pintó en Madrid durante 19 años (de 1775 a 1794). Son obras destinadas a decorar las estancias de Carlos III y los entonces Príncipes de Asturias (los futuros Carlos IV y la Reina María Luisa) en los Reales Sitios del Escorial y el Palacio del Pardo. Los primeros cartones que hizo, sobre la caza, iban destinados a las habitaciones de Carlos III en El Escorial. Los últimos, al despacho del Rey, también en El Escorial.
Francisco de Goya (1776-1777). Museo del Prado.
Aunque aragonés de nacimiento, Francisco de Goya pasó buena parte de su vida, y desarrolló casi toda su carrera, en Madrid. Decía ayer Zugaza que «buscando a Caravaggio por la Ciudad Eterna se encuentra uno con toda la Roma barroca. Lo mismo pasa con el Madrid ilustrado si lo visitamos de la mano de Goya. Una excursión que nos llevará de San Antonio de la Florida a San Francisco el Grande, desde el Palacio Real a nuestro museo pasando por la Academia de San Fernando y el Banco de España, y otros muchos museos y colecciones que atesoran obras del artista como el Palacio de Liria, el Museo Lázaro Galdiano, el Thyssen, el Romántico… En el actual Olimpo de las marcas,Goya le puede disputar un puesto como principal brand de la ciudad al mismísimo Real Madrid». No tiene precio como publicista el director del Prado. ¡Que tiemble Florentino Pérez!
Francisco de Goya (1780). Museo del Prado.Manuela Mena y Gudrun Maurer, comisarias de «Goya en Madrid. Cartones para tapices 1775-1794», han decidido exponer las obras, no cronológicamente, como es habitual, sino temáticamente, distribuidas en ocho secciones. Hay dos excepciones, que conforman un conjunto indisoluble: las series dedicadas a la caza y las Cuatro Estaciones. Además, han querido que los cartones para tapices de Goya se midan, a través de 142 piezas, por un lado, con obras de sus coetáneos, con los que competía por el favor real (José del Castillo, Ramón Bayeu, Maella, Paret, Meléndez…) –el aragonés gana por goleada a sus colegas– y, por otro, con maestros antiguos a los que admira (Velázquez, Rubens, Tiziano, Brueghel el Viejo, Teniers…). E incluso con la escultura clásica, que retoma en muchas de sus figuras. Así, para «El cazador al lado de una fuente» recurre al «Galo moribundo» de los Museos Capitolinos; para «La novillada», al «Hércules matando un toro de Creta», de Zurbarán; para uno de sus majos, al «Lorenzo de Médici» de Miguel Ángel; para las tres figuras de «El invierno», a los «Peregrinos de Emaús», de Brueghel el Viejo… Eso sí, ni rastro de tapices en la exposición.
La historiografía no siempre fue benevolente con estos trabajos de Goya. Hay quienes veían en sus cartones para tapices a «un Goya populachero y vulgar, un reportero de poca monta que paseaba por las calles de Madrid retratando a sus habitantes», se lamenta Manuela Mena. Fue la historiadora Janis Tomlinson una de las que comenzaron a cambiar esa imagen estereotipada y falsa de Goya con su monografía de 1993. Su casticismo se tornó en universalidad, su pintoresquismo pasó a verse como clasicismo. De hecho, una de las hipótesis de esta exposición, patrocinada por la Fundación AXA, es queestos cartones para tapices fueron un verdadero «campo de entrenamiento» para Goya, quien puso patas arriba la pintura cortesana. En estas obras se encuentran las claves para entender su obra de madurez: sus retratos, su pintura religiosa, sus «Caprichos»…
En estos cartones se advierten ya su profundidad de pensamiento, su fabuloso poder narrativo, su capacidad para renovar los temas clásicos, su agudeza y humor –hay mordaces y satíricas críticas sociales–, su intensidad expresiva, su libertad compositiva, su capacidad de invención… El gran Goya está presente en estas obras, como supo ver su hijo Javier en una biografía que hizo de su padre: «Las primeras obras que dieron a conocer su genio en la pintura fueron los cuadros que pintó para la Real Fábrica de Tapices, que tasaba y daba el visto bueno el caballero Mengs, a quien tenía asombrado la gran facilidad con que los hacía». Se refiere a Anton Raphael Mengs, pintor de cámara y director artístico de la Fábrica de Tapices. «En 1775 Goya ya lo sabía todo –comenta Manuela Mena–. Es un genio pintando los rostros, mezclando los colores con seguridad y precisión. El Goya negro parte de aquí».
Goya comenzó a hacer estos cartones para tapices en 1775, con 28 años, cuando acude a Madrid a la llamada de su cuñado Francisco Bayeu (se casó con su hermana Josefa) para que continuase la labor de los tapices encargados a su hermano Ramón. Así comienza su relación con la Corte, que no fue demasiado fácil. No logró ser pintor del Rey hasta once años después, en 1786, y pintor de cámara hasta 1791.
Además de la caza y las Cuatro Estaciones ya citadas, la exposición explora otros temas abordados por Goya en sus cartones para tapices: los niños, los juegos y diversiones populares, las clases sociales (con espinosos asuntos en la época como el matrimonio desigual), los majos y las majas, los sueños, el aire, la música y el baile… Los visitantes podrán disfrutar de una selección musical en tabletas y auriculares disponibles en una sala presidida por una escultura de Apolo, dios de la música. Hay notables ausencias: obras como «El pelele» y «El albañil herido» están cedidas en exposiciones en Boston y Barcelona.
Entre las curiosidades de la muestra, llama la atención el cartón para tapiz «Cazador cargando la escopeta», de Goya, que recupera su estado original gracias a una compleja restauración que ha llevado a cabo Almudena Sánchez (a la izquierda, en la imagen mayor). En 1933 se pidió como depósito para el Ministerio de Instrucción Pública y Ciencia, creyendo que era obra de Ramón Bayeu. Como el lugar en el que querían colgarlo era de de mayores dimensiones, no se les ocurrió otra cosa que unirlo a otro cartón para tapiz: «Zorro cogido por un cepo», de Matías Téllez, y adherir los dos lienzos a una nueva tela. Para tal aberración hubo que estrechar el cartón de Téllez, eliminando la figura del zorro que daba título a la obra y sustituyéndolo por un repinte con vegetación (junto a estas líneas, en la zona punteada en rojo). Como el perro de Goya quedaba demasiado a la derecha, se recortó y se volvió a colocar en el centro de la composición. El hueco se rellenó con un injerto de tela. Almudena Sánchez ha tenido que revertir todos estos despropósitos, desforrando el cuadro de Téllez, eliminando injertos y devolviendo a cada artista su correspondiente obra.
Los cartones para tapices de Goya se trasladaron en 1857 desde la Real Fábrica de Tapices de Santa Bárbara hasta el Palacio Real de Madrid. Llegaron al Prado en 1870. Durante décadas permanecieron enrollados en sus sótanos. A partir de 1921, con Aureliano de Beruete como director, se fueron mostrando en las salas del Prado. Desde 1998 cuelgan en la segunda planta de la zona sur del edificio de Villanueva. Y ahí seguirán. Eso sí, sin los marcos blancos y dorados que hizo Gustavo Torner.

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